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2ª Parte del relato histórico de la expedición a Almería de agosto de 2024. Rumbo a la costa almeriense y los intentos de asalto a Almería.

Asociación Torrijos 1831                      14/08/2024

El general Pablo Iglesias partió de Gibraltar al amanecer del 7 de agosto, en el bergantín Federico capitaneado por Nicola (que se hacía llamar Borbón), acompañado por 47 hombres que, cuando avistaran las costas de Almería, se uniformarían con indumentarias británicas compradas el los almacenes de intendencia de la Roca. Iglesias se esforzó al máximo porque el aspecto físico de su grupo tuviera carácter castrense, llevando el suficiente dinero encima para sobrevivir sobre el terreno sin necesidad de hacer extorsión a ningún español. Al bergantín de Iglesias le acompañaba un falucho con víveres y armamento, propiedad del contrabandista Antonio García Martínez, natural de Cuevas de Almanzora, al que llamaban el Borrasca (este personaje había tenido que ver bastante en el derrocamiento de general Elio, en Valencia, en 1822), que llevaba impresas centenares de circulares del pronunciamiento, para repartirlas por la costa almeriense. Al anochecer del 13 de agosto, el bergantín fondeó frente a Roquetas de Mar. En cubierta, el grupo de desembarco, con gran disciplina, se equipó e uniformó con las guerreras rojas, e igualmente  se armó, continuando el bergantín hacia la desembocadura del río Andarax. Hasta ahí, todo iba bien…
El 14 del mismo mes, de noche, los expedicionarios desembarcaron a tres cuartos de legua de las murallas de Almería, cerca de la boca del río, donde se les unieron dos oficiales, treinta infantes y ocho jinetes, mandados por Juan Luc, antiguo ayudante de Riego (escasa fuerza en relación con la que se les había prometido a los expedicionarios). Iglesias dispuso que la columna marchara hacia la muralla en este orden: vanguardia y retaguardia integrada por los uniformados procedentes de Gibraltar; en el centro, los voluntarios de Almería y, a extrema vanguardia, la escasa caballería.

Primer intento sobre Almería: tres de la madrugada del 14 de agosto.

A las tres de la mañana, cuando a la columna expedicionaria todavía le faltaba por concluir un tercio de la distancia hasta las murallas, el bergantín Federico abrió fuego contra la batería del Mar, de Almería (siguiendo las instrucciones de Iglesias). En realidad, esa parte del plan no se coordinó con la exactitud necesaria, ya que cuando se produjeron los iniciales disparos del bergantín, a la columna de a pie todavía le quedaba una distancia para llegar a la muralla, lo que hizo que sus integrantes tuvieran que apretar el paso, cuanto pudieron, para llegar hasta las inmediaciones de la Puerta del Sol, donde se les había prometido que un grupo afín, abriría el gran portón desde el interior. Fue allí, cuando Iglesias y sus hombres comprobaron asombrados y decepcionados que la colaboración prometida no se había verificado.
Mientras tanto, frente a la muralla del mar de Almería, el bergantín de los liberales había continuado el fuego, tirando varias andanadas más de proyectiles, sobre la plaza. A estos impactos respondieron los cañones de Almería, instalados en las baterías de la Trinidad y San Luís, pareciendo que, siete proyectiles que partieron de ellas habían alcanzado el costado izquierdo de la proa del bergantín, causándole daños para poder virar en condiciones. Al frente de los artilleros de las baterías estuvieron, el capitán de artillería José Soler, el alférez José Valera y el ayudante de marina José Baquero, mandando a los 37 únicos artilleros que había en la plaza, así como un número indeterminado de marineros. Durante los bombardeos, el gobernador militar de Almería, Sebastián Pírez Feliú y el brigadier Antonio Camps no se separaron de las baterías.
Dado este resultado, a Iglesias y sus hombres no les quedó otra que retroceder, hasta alcanzar la localidad almeriense de Alhama y, más tarde, montar el centro de operaciones en Huecija. A mediodía de aquel 15 de agosto, se reunieron allí, sobre las tres de la tarde, el grupo procedente de Gibraltar, con varios destacamentos de pie y a caballo, venidos de los pueblos inmediatos, formando entre todos cuatrocientos cincuenta hombres, bien armados y municionados, ya que gran parte de ellos habían pertenecido a la Milicia Nacional durante el Trienio Liberal (1820-1823). Durante toda la tarde, los jefes y oficiales estuvieron reunidos con Iglesias para coordinar el ataque contra las murallas de Almería, al amanecer del día siguiente. La tropa liberal inició nuevamente la marcha hacia la plaza a las nueve de la noche.

Segundo intento de tomar Almería. Noche del 15 al 16 de agosto,

El plan era el siguiente: el coronel Delgado debía de atacar la puerta de la Joya, al frente de la fuerza más escogida (la compañía procedente de Gibraltar), que sería guiada por el contrabandista Juan Moreno. El capitán Carlos de Hoyos y Mier sería encargado de atacar la Puerta del Sol. El tercer punto, la Puerta del Mar, se encomendó al subteniente Mariano Morcillo y sus hombres. A Iglesias, al que acompañaba el alférez Balvis, le correspondería actuar con el resto de fuerzas, y la caballería mandada por Rute y Santos, en el intento de tomar la Puerta de Purchena, lugar de donde, en un momento necesario, se podría auxiliar a los otros tres puntos de ataque. Comenzó el abundante tiroteo entre liberales y defensores. Desde el exterior, parapetados tras las casas próximas a la Puerta de Purchena, los liberales disparaban mientras gritaban “¡Viva la Constitución!” y “¡Salgan los hombres libres!”, mientras desde la muralla contestaban “¡Viva el Rey!”. Por otra parte, el grupo atacante mandado por el capitán Carlos de Hoyos y Mier, que se situó frente a la Puerta del Sol (sorprendentemente no rompió fuego, ni utilizó las antorchas ni el combustible), se dedicó a gritar los defensores “¡Quién es el comandante de la puerta!”, obteniendo sólo como respuesta, una sonora descarga de fusilería desde las almenas de la muralla. En la zona oeste de la ciudad, el coronel Delgado y los atacantes que le seguían no tuvieron mejor suerte en el sector de las murallas de la Joya, y al intentar entrar por los argollones sufrieron un vivo fuego, de cuya resulta murieron tres asaltantes y cayeron ocho heridos. Por la zona de la Torre Redonda otro grupo de asalto, con escalas, intentó poner pie en la muralla, pero fueron rechazados por vecinos armados, al igual que sucedió en la rambla de la Chanca, donde al grito de los defensores de “¡Viva el Rey!”, los atacantes respondieron “¡Muera y viva Riego!”
Pasadas cuatro horas, seguía el fuego alterno sin resultado alguno para poder entrar en Almería, donde no existía signo de colaboración para abrir desde el interior alguna puerta de la plaza. Entonces, Iglesias envió una orden a Delgado y de Hoyos, para concentrarse todas las fuerzas atacantes en Purchena. Llegados a ese punto, los voluntarios que se habían sumado en Huecija, sospecharon que la derrota estaba cerca, comenzando, primero a retroceder, y luego, a huir ya en pleno desorden, pese a las voces y amenazas de Iglesias y sus mandos. La toma de Almería estaba perdida.

La derrota.

A Iglesias no le tocó más remedio que reunir a los fieles hombres con los que partió de Gibraltar (cuarenta y cinco, pues dos habían caído en los ataques a las murallas), para cohesionados y en orden, retomar el camino hacia el cabo de Gata, donde esperaban reembarcar. Sin embargo, con asombro, descubrieron a una columna realista avanzando por la izquierda del río, y otra más fuerte aún, progresando por la parte de Huecija. Eran Voluntarios Realistas de Pechina, Gador, Rioja y Tabernas, cuyo objetivo era cortar la retirada a los liberales. A estas columnas enemigas se sumó, procedente de la propia Almería, la caballería de Resguardo. A toda prisa, los “Coloraos” lograron pasar el río, alcanzando la primera falda de la sierra (cerca de Benahadux), lo que les daba cierta ventaja para enfrentarse a la caballería. Pero pronto se evidenció una clara desproporción en el número, ya que los realistas iban sumando continuamente refuerzos, mientras que los expedicionarios de Gibraltar iban perdiendo hombres en los duros combates (conviene no olvidar, que los constitucionalistas llevaban combatiendo desde la madrugada, sin parar, y ahora tenían que estar haciendo frente, a la desesperada, a fuerzas enemigas frescas, que no habían intervenido en combate en las horas anteriores, bien municionadas y superiores en número). Por tanto, es fácil entender que, hasta cinco veces tuvieran que cambiar los liberales sus posiciones defensivas, obligados por la superioridad enemiga y el intenso fuego que recibían. En aquel fragor, sintiendo ya el inconfundible aliento de la adversidad, varios comenzaron a quitarse las guerreras británicas, tan identificables, especialmente algunos que las llevaban con divisas de mandos que les fueron otorgadas en Gibraltar. En la zona de Pechina se confirmó la derrota. Los realistas se hicieron con parte de las guerreras rojas, con el sombrero de general de Iglesias y la bandera que defendieron unidos tres oficiales liberales, y que fueron heridos por vecinos de Gador para poder arrancárselas de sus manos. La bandera era: morada, amarilla y verde. En la rambla frente al Cerro de la Cruz cayó muerto el valiente capitán Boiges que se defendió solo hasta el final, incluso cuando ya estaba caído en el suelo. La última resistencia de los “Coloraos” tuvo lugar en el Cerro de los Cuernos. Cuando llegó por fin la noche, una parte de los expedicionarios de Gibraltar ya había caído, unos muertos, y otros, heridos o magullados habían sido hechos prisioneros. Iglesias contó a los que quedaban a su alrededor y sólo eran seis hombres. Juan Luc, que estaba herido en una pierna, recibió una somera cura por parte del propio Pablo Iglesias, que además le dio su propio caballo para que pudiera huir. Los demás eran Hoyos, Delgado, Montarlot, Morales y Navarrete. Iglesias ordenó la dispersión de todos ellos para tener alguna posibilidad para escapar, sólo se quedó junto a él, el coronel Delgado. Ambos lograron escapar del cerco enemigo conducidos por un guía, emprendiendo bajo las sombras de la noche la marcha hacia el cabo de Gata. Por el camino se encontraron con los oficiales Santos y Jiménez, que también habían logrado escapar del cerco. Delgado y Jiménez decidieron marchar hacia Águilas, y lo consiguieron; pero Iglesias y Santos tomaron otra ruta, siendo descubiertos y hechos prisioneros en Cútar de Baza. Interrogados duramente en Baza, Santos se derrumbó y descubrió la identidad de ambos. Fueron llevados a Madrid y, tras un largo proceso, los dos fueron ejecutados en la Plaza de la Cebada, el 25 de agosto de 1825.
– Para la descripción de estos intensos relatos nos hemos basado en las muy recomendables obras de investigación, de los historiadores, Emilio García Campra y Carmen Ravassa Lao.