Asociación Torrijos 1831 26/10/23
A finales de septiembre de 1823 y por el aislamiento que vivía Cartagena, Torrijos y sus colaboradores desconocían que Cádiz estaba ya muy cerca de capitular. Hasta cierto punto, esta falta de información vino bien para mantener alta la moral de los defensores de la plaza, unas semanas más. Tanto fue así, que Torrijos envió mensajeros a los lugares donde los constitucionalistas mantenían núcleos de resistencia, como en Cataluña, Extremadura y Baleares, para obrar de forma común; pero, o bien, sus mensajeros no pudieron llegar a sus lugares de destino, o les fue imposible alcanzar Cartagena, los que enviaron desde las otras zonas de resistencia (si los enviaron), rompiéndose así la posibilidad de aquella coordinación militar propuesta por Torrijos.
La integridad personal y militar de Torrijos.
En aquella última semana septiembre, donde comenzaban a aparecer los nubarrones de la incertidumbre; los constitucionalistas cartageneros tuvieron noticias del traidor José Manuel del Regato, doble agente entre el constitucionalismo y el absolutismo, que intentó convencer a Torrijos para que realizara una inmediata rendición, alegando en su misiva que si Torrijos había estado a las órdenes de Ballesteros, una vez que éste había capitulado ante los franceses, no tenía sentido ya que continuara la defensa de Cartagena. Merece la pena poder leer ahora, dos amplios fragmentos de la carta con la que le respondió Torrijos a Regato, donde se ven los valores personales y castrenses que adornaban al general liberal:
“Comandancia general del 8º Distrito Militar. Sr, D. José Manuel Regato.- Muy señor mío: Con sentimiento he visto la carta de V. del 26 del actual, pues por ella se confirman las noticias que acerca de su conducta han corrido en estos días. Ni me es decente ni debo contestar a sus encubiertas razones, y sí solo decirle para que jamás me acuse de haber abusado de su buena fe, cosa que tanto aborrece mi honradez, que estoy bien enterado de los medios que se han empleado para la infame capitulación que hizo Ballesteros, y en la que con asombro veo a V. mezclado, y aun satisfecho. ¿Quién había de decir que Regato me incitase con menosprecio del honor nacional a los intentos extranjeros? ¿Quién ha hecho a este agente de causa tan poco noble y tan directamente opuesta al honor y al deseo de la nación? Ballesteros, como general en jefe de estos ejércitos, fue mi jefe; pero en el día fatal que olvidando sus deberes traicionó a la patria, dejó de serlo y lo compadecí. Así, pues, no tiene ninguna autoridad sobre nosotros, que lo despreciamos, y no dependemos sino del gobierno constitucional de las Españas. Todo lo que no sea emanación del indicado gobierno, no lo escucharemos jamás, y si la muerte fuera positiva moriremos con el honor que debe hacerlo todo español, y que desgraciadamente tantos han olvidado…, y dígalo cuanto guste, que soy español y honrado, y que amante de mi patria como el primero, no admitiré contrato o transacción, mientras el honor de la Nación no quede con el esplendor debido, y esto no puede verificarse mientras ocupen tropas francesas el territorio español…, José María Torrijos.- Cartagena, a 27 de septiembre de 1823”.
Noticias muy desalentadoras y comprobación de la situación real del país.
Tras tomar los franceses los puntos fuertes y vitales del Trocadero (noche entre el 30 y 31 de agosto de 1823), y castillo de Sancti Petri (veinte días después); el 30 de septiembre, las Cortes de Cádiz pusieron en libertad a Fernando VII, que en una barcaza arribó al Puerto de Santa María, siendo recibido y protegido por el duque de Angulema. Cádiz, el gran bastión de los ideales constitucionalistas, capituló el 3 de octubre, mientras comenzaba la huída masiva de señalados liberales, a Gibraltar y norte de África, ya que Fernando VII no tendría piedad con ellos. Para empezar, el 1 de octubre, el monarca ya había declarado de nuevo el estado absoluto en todo el país. Estas noticias, junto a la del apresamiento de Riego, cayeron sobre los defensores de Cartagena como un jarro de agua fría. Aquellas malas nuevas hirieron en el ánimo de todos, y más, cuando se supo de la derrota de la última columna liberal que todavía estaba operativa al mando de Evaristo San Miguel, ocurrida en Trameced (Huesca), el 8 de octubre. San Miguel cayó herido y fue hecho prisionero. No quedaba ya esperanza alguna para las plazas cercadas. Tampoco existía ya un gobierno nacional del que recibir instrucciones. En Cartagena, con víveres sólo para quince días, escasa pólvora, con la mitad de la guarnición enferma por tantas carencias, aumento de las deserciones y noticias nefastas llegando día a día a la plaza; Torrijos propuso a la Junta de Defensa, integrada por jefes políticos, militares, civiles y religiosos, hacer una salida parlamentada con los franceses, que les permitiera conocer con la mayor exactitud el estado real en el que se encontraba España, y a partir de ahí tomar decisiones. Acompañaron a Torrijos, su jefe de E,M, Pedro Aguado, los coroneles Francisco Valdés y José Sánchez Boado, y el teniente coronel Juan López Pinto, todos ellos escoltados por coraceros de la guarnición de la plaza. Les salió al paso el general francés del bloqueo, que con un contingente de dragones les acompañó hasta la misma puerta de Murcia. Allí encontraron a muchos jefes y oficiales, antes constitucionalistas, que se habían pasado al absolutismo, entre ellos el general Cisneros. Se les veía en plena euforia, animando a los recién llegados a pasarse a las “ventajas” del absolutismo. Unos 150 hombres procedentes de la hez de Murcia, pagados por jerifaltes absolutistas, se agolparon para insultar y amenazar a Torrijos y los que le acompañaban. Gritaban continuamente: “¡Viva el rey absoluto y muera la Nación”. El general francés los disolvió con sus fuerzas a puntapié, y para dar ejemplo a sus dragones, le pegó una patada en la cara a uno de aquellos pillos, rompiéndole la boca, mientras que gritaba: “¡Canallas! ¿Por qué no vais a insultarlos a Cartagena?”. La comisión cartagenera llegó a la casa del general Bonnemains, que después de conferenciar con Torrijos y sus acompañantes, les dijo: “Ustedes pueden andar libremente por toda la ciudad. Consulten con sus amigos y conocidos, y pidan a mi secretaría cuantos papeles y noticias necesiten para cerciorarse del estado de la Nación y de cuan inútiles serán los sacrificios que haga Cartagena por sustraerse del sistema que ya gobierna en toda España”. Los comisionados descansaron aquella noche en habitaciones preparadas para ellos y, al día siguiente, uniformados, recorrieron la ciudad sin obstáculo alguno, viendo a patriotas que les informaron que el estado absoluto se había impuesto en el país con la potencial ayuda de los franceses. El diputado liberal Ramón Reillo, que se encontraba preso en la cárcel de la Inquisición, informó con todo lujo de detalles a Juan López Pinto, de todo lo sucedido en Sevilla y Cádiz. Pinto habló igualmente con otros prisioneros, y todos coincidieron en que los únicos puertos libres que quedaban eran Cartagena y Alicante, pues tanto en Barcelona como Tarragona ya estaban avanzados en los trámites para capitular. Con esa situación tan clara, al día siguiente, el general Bonnemains propuso a la comisión cartagenera preparar una capitulación específica para Cartagena y Alicante, pero Torrijos le respondió que no tenían poder para tomar esa decisión allí, ya que, realmente, le correspondía ser tomada por la Junta de Defensa en Cartagenera. Mientras, en el cuartel donde se había alojado la escolta de coraceros de Cartagena, se introdujeron un capitán y un oficial de aquella unidad que habían desertado unos días antes, intentando convencer a los coraceros de la escolta para que desertaran también; pero los coraceros les respondieron que “…, venían con el general Torrijos y que le obedecerían siempre e ínterin se portase con honor”, volviéndoles todos las espaldas a los oficiales desertores. El día 2 de noviembre los parlamentarios volvieron a Cartagena, pidiendo la reunión de la Junta de Defensa para el día siguiente. El día 3 de noviembre se verificó la reunión. Dado el estado que estaba ya la Nación y la precariedad en la que se encontraban Cartagena y Alicante, sin ninguna esperanza de socorro exterior, se hacía inútil la defensa de ambas plazas a las que ya no se le debían pedir más sacrificios.
Capitulación de Cartagena.
Sólo quedaban sobre la mesa dos determinaciones: inmolar en una última batalla a la guarnición y población civil de Cartagena, que sería saqueada y consumida en una masacre casa por casa, o bien salvar las vidas, para llevar cabo, en un futuro, pronunciamientos venidos del exterior, que devolvieran al país al sendero constitucional. No fueron palabras vanas para salir airosos de la situación, pues quedó demostrado, con el tiempo, dado que eran hombres de honor, que Francisco Valdés lo llevó a cabo en Tarifa (1824), y Torrijos y López Pinto, lo hicieron en Málaga (1831). Desgraciadamente, aunque para aquellos corazones valerosos era un intenso tránsito de dolor al sentir plenamente en sus corazones a la Nación, “…, era preciso sucumbir, para que volviese a renacer la Libertad”. Finalmente, el acta de la rendición se firmó ante los franceses el día 4 de noviembre (López Pinto consiguió que en las capitulaciones quedara extendida también la libertad para todos los prisioneros de Murcia, a lo que accedieron los franceses con la excepción del diputado Reillo). El 5 de octubre, por la mañana, comenzaron a salir las tropas liberales, desarmadas pero en libertad, para dirigirse cada individuo a su localidad de origen. Pasaron por delante de los generales franceses Bonnemains y Vincent, a cuya espalda tenían una formación de 1.000 hombres. Años después, López Pinto se encontró en Francia con el barón Vincent, expresándole el francés estas palabras: “Tenía usted razón señor Pinto: Cartagena fue el único pueblo liberal y patriota que encontré en España desde mi entrada por el Bidasoa”. Renunciando al cargo de la máxima autoridad militar Cartagena, Torrijos mandó arriar la bandera constitucional, rodeado de sus mandos principales. De alguna manera, se entrelazan en ese desalentador 5 octubre, los destinos de Torrijos y Riego. El primero, viendo en esa triste mañana como la resistencia tan esforzada que había llevado a cabo en Cartagena, llegaba a su último momento, su libre aliento final, en el arriado de aquella emblemática bandera, que mientras bajaba empañó los ojos de los que la defendieron. Mientras estos aciagos momentos ocurrían en el campo constitucional, Rafael del Riego, preso y sentenciado a muerte en Madrid, pasó esa misma mañana a la capilla, antesala de su ejecución, que ocurrió dos días después, el 7 de noviembre. Siguiendo lo firmado en las capitulaciones, Torrijos y su mujer, Luisa Sáenz de Viniegra, partieron del puerto de Cartagena rumbo a Francia el 17 noviembre. Comenzaba para ellos un largo exilio, entre Francia e Inglaterra, que duraría varios años, y que terminaría con el cumplimiento de la palabra dada por Torrijos en Cartagena: el último intento que protagonizó por hacer renacer la libertad y los derechos constitucionales en nuestro país, en el desembarco liberal de 1831 en las costas de Málaga.