Asociación Torrijos 1831. 06/11/2023
El calvario de Rafael del Riego continuó en el calabozo del Real Seminario de Nobles, siendo aún más ladino por parte de las autoridades, con humillaciones intermitentes y días sin comer. Se le hacía saber así, que no tendrían piedad alguna con él. El prisionero estaba exhausto tras el miserable traslado, habiendo aumentado las debilidades de su enfermedad crónica. Así, se llegó a la farsa de juicio de estado al se que se le sometió. El mismo día de su llegada a Madrid, el 2 de octubre, la Regencia absolutista por medio de un decreto, de efecto inmediato, manifestó que sería juzgado como diputado a Cortes, por haber participado, como otros tantos diputados, en la votación en Sevilla el día 11 de junio de ese año, forzando al monarca a viajar a Cádiz. Por ello, fue acusado de lesa majestad. Riego era militar, lo había sido desde su ingreso en el Ejército y, por tanto, debería haber sido juzgado como militar ¿Por qué las autoridades absolutistas no lo hicieron? Porque como militar se había comportado escrupulosamente en cuanto a lo que prescribía la Constitución de 1812 (texto legal que había imperado hasta entonces), ante una invasión extranjera, como fue la de Francia en 1823. Riego pidió ser juzgado como militar, pero el poder absolutista pasó el caso a la Sala Quinta, imponiéndole el fiscal el delito de alta traición. El día 26 de octubre comenzó aquel proceso sin garantías (al abogado de Riego le entregaron la causa con sólo veinticuatro horas de antelación no dándole tiempo a preparar la defensa en condiciones). Al general liberal se le negaron los más elementales medios para el proceso, de forma inicua. Por ello, el proceso fue una absoluta farsa legal, totalmente indigna, especialmente por parte del juez instructor y fiscal. Se conculcaron todas las normas, no se tuvo en cuenta su inviolabilidad como diputado en Cortes y se le juzgó por una ley hecha con posterioridad a su “delito”. Además, se le negaron las pruebas y no se permitieron la admisión de documentos y testimonios que, en su derecho, le correspondían. ¿Pero qué clase de derechos podía tener aquel hombre, en un estado absoluto cuyo vértice de la justicia era, precisamente, el propio rey absoluto? Un monarca que sin juicios por medio, había condenado ya directamente, y condenaría, a muchas personas. A pesar de los esfuerzos de su abogado, y ante los bramidos del populacho que llegaban al propio juicio con “¡Muera el infame traidor Riego!”, la sala lo condenó a ser arrastrado por todas las calles del tránsito y que perdiese la vida en la horca. El fiscal pidió, además, que sus bienes fueran confiscados a beneficio del pueblo, y que su cabeza cortada estuviera expuesta en las Cabezas de San Juan, añadiendo que su cuerpo fuera partido en cuatro cuartos, de los que uno fuera enviado a Sevilla, otro en la Isla de León, un tercero a Málaga y el cuarto quedara exhibido en Madrid. Sin embargo, la sentencia publicada en la Gaceta de Madrid no refirió la desmembración. La comunicación se le hizo a Riego a la diez de la mañana del 5 de noviembre, pasando a continuación a la Real Cárcel de Cortes para vivir sus últimas horas en capilla. El que fue héroe de las Cabezas de San Juan sólo era ya una figura irreconocible de sí mismo, por la enfermedad que padecía, las múltiples degradaciones que había sufrido, el hundimiento moral que tenía y la soledad más absoluta que le rodeaba, pues por miedo, ninguno de sus amigos quiso visitarlo. En ese estado de debilidad, su confesor le hizo ver falsas esperanzas sobre un posible indulto real, por lo que en la atonía que ya estaba, firmó una carta suplicatoria destinada al rey. Un infausto documento del que, posteriormente, ya con Riego ejecutado, harían amplia difusión y mofa las autoridades absolutistas en prensa y discursos, para desprestigiar aún más su memoria.
La ejecución de Riego.
El día 7 de noviembre, a las nueve de la mañana, Riego fue despojado de su ropa, para colocarle una túnica negra y un gorrete verde, y ajustándosele una cuerda a la cintura donde le fueron atadas las manos. A las diez de la mañana, Riego fue sacado de la Real Cárcel de Cortes con el rostro totalmente pálido y sin afeitar. Mostraba a las claras, el vía crucis que estaba pasando desde hacía semanas. En ese degradante estado fue tendido a lo largo en un serón, que iba a ser arrastrado por un asno, convulsionándose todo su cuerpo. Seis dominicos iban a su lado intentando elevar algo el serón para paliar, en lo posible, que su cuerpo fuera golpeado constantemente por el empedrado de las calles, protegidas las vías por un fuerte dispositivo de tropas del general Verdier, para que nadie intentara, a última hora, librar al reo de la muerte terrible que le aguardaba. Así, la lúgubre comitiva, encabezada por una gran cruz, llegó a la Plaza de la Cebada, donde se había levantado una horca de mayor altura de las habituales para que todos pudieran ver la ejecución del general liberal. Llegado a pie del cadalso, dos frailes ayudaron a Riego a subir los tramos de la escalera que llevaban al alto madero de la horca, ya que en el estado lamentable en el que iba condenado, y por tener las manos atadas a la cintura, se hizo complicado el ascenso. Arriba de la escalera, Riego besó el crucifijo que llevó en sus manos durante el arrastre. El verdugo se sentó sobre sus hombros, obligando a Riego a tirarse al vacío ya con la horca apretada en su cuello, produciéndose la rotura de su cuello y muriendo al instante. En un salvajismo más, el verdugo abofeteó su rostro, que con una horrible mueca reflejaba la cruel muerte, gritando a continuación: “¡Viva el rey absoluto!”.
Aquel proceso judicial, vulnerando derechos elementales a Riego, las privaciones de todo tipo en la prisión y su trágica muerte, con toda la macabra puesta en escena del absolutismo, practicando una inhumanidad extrema contra el reo (el absolutismo que, precisamente, asentaba sus principios en la práctica moral de la religión); abrió, desgraciadamente, una fractura en la sociedad española de consecuencias graves y duraderas y en nuestra historia. En medio de leyendas y opiniones, los restos del cuerpo de Riego nunca fueron encontrados, pero su lucha y defensa por las libertades, así como sus intentos porque los derechos emanados por un sistema constitucional fueran implantados en nuestro país, hacen del conocimiento de la figura histórica de Rafael del Riego una obligada referencia para el estudio, sobre todo, por su trascendencia en varios capítulos de la historia de España. Conocerlo mejor, es una manera de mantener viva nuestra conciencia histórica, para interpretar, igualmente, en clave de conciencia nacional, los primeros y difíciles pasos en nuestro país por conseguir un sistema constitucional.
La Asociación Torrijos 1831 en la Plaza de la Cebada.
Nuestro colectivo quiso recordar en esta histórica Plaza de la Cebada de Madrid, la ignominiosa muerte de Riego, por respeto a su figura histórica y al emblema que supuso su pronunciamiento de 1820 a favor de un sistema constitucional de nuestro país. En el perfil de la Plaza de la Cebada todavía se recortan las figuras de algunos edificios, testigos mudos de la muerte de Riego. El Ayuntamiento de Madrid hace visible hoy un hito que recoge la relación de esta plaza con la figura histórica del considerado «Héroe de las Cabezas de San Juan».