Esteban Alcántara Alcaide. 28/02/2024
En 1968, cuando contaba 15 años, TVE puso en el espacio de mediodía, denominado “La Novela”, la obra literaria del escritor y poeta romántico Enrique Gil y Carrasco, titulada El señor de Bembibre, protagonizada por Víctor Valverde, y creo que, también, por María Masip y Arturo López (escribo que “creo”, porque jamás he vuelto a ver aquella edición televisiva en blanco y negro, ni tampoco he tenido referencias articulistas que la citaran). En todo caso, viéndola en aquel tiempo, me introduje sin saberlo en la mejor novela histórica escrita en España hasta el momento, influenciada, sin duda, por el mundo medieval del Ivanhoe de Walter Scott. En 1976 (cuando marchábamos en la transición), dentro del programa “Cuentos y leyendas”, TVE reprodujo de nuevo El señor de Bembibre, esta vez a color, realizando los papeles principales, Miguel Arribas, Inma de Sentis y Emma Cohen. Para entonces, ya había leído la novela, que se desarrolla en 1312, difícil año para la orden de los templarios, que sería disuelta. También fue el año en el que murió Fernando IV de Castilla, con 27 años, edad que tenía el propio Gil y Carrasco cuando empezó a escribir El señor de Bembibre, y que sentía ya próxima su muerte. Como romántico que fue, el autor hizo vivir a sus personajes su propia historia de amor y muerte (amores frustrados en su juventud), en los mismos lugares que él conoció a fondo: el paisaje del Bierzo, donde nació, el castillo de Ponferrada, fortaleza de los templarios en la que había paseado muchas veces y donde de niño había jugado tanto. Fue en Ponferrada donde percibió los misterios que rodeaban a la orden del Temple en la zona del Bierzo leonés. Con estas bases, el escritor fue montando su novela romántica, una historia muchas veces repetida: una historia de amor imposible por imposiciones paternales y enemistades entre familias: Beatriz, hija única de don Alonso Osorio, señor de Arganda, mantiene un romance con el caballero don Álvaro Yáñez, señor de Bembibre, último vástago de su linaje y sobrino de don Rodrigo y Yáñez, maestre de la Orden de los templarios en Castilla (por lo que el matrimonio favorecería los intereses templarios en el Bierzo), con sede en el castillo de Ponferrada. El compromiso entre ambos protagonistas entronca desde su niñez y se ve interrumpido con la puesta en escena de un tercer personaje: Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos. Enemigo acérrimo de los templarios, de cuyos despojos de la orden espera beneficiarse, su poder es suficiente para que el padre de Beatriz apoye la relación de su hija con este nuevo pretendiente en detrimento de don Álvaro. El conde hace que don Álvaro acuda como vasallo suyo a la acción de Tordehúmos, donde Juan Núñez de Lara se ha hecho fuerte frente a las tropas del rey. Herido en combate y hecho prisionero, y a merced de las intrigas del infante don Juan, valedor del conde, administran un narcótico a don Álvaro y lo hacen pasar por muerto. La trama se complica cuando a oídos de Beatriz llega la noticia de la muerte de don Álvaro. Ante la insistencia de sus padres, finalmente, accede a casarse con el Conde de Lemos, pero Beatriz exige para cumplimentarlo, el tiempo de un año para hacerlo, pues fue la promesa que hizo a su amor antes de partir para la guerra. La novela toma un nuevo giro, cuando el Conde de Lemos, sitia el castillo de Cornatel, donde se encuentra liberado don Álvaro, vistiendo ahora el hábito templario. El de Lemos y don Álvaro se enfrentan en combate, venciendo y dando muerte el segundo al primero. Beatriz, ya enferma, es visitada por su amor, éste ahora como caballero templario, y que por sus votos no puede contraer matrimonio con ella. Cuando todo parece solucionarse a través de una bula papal que puede permitir a los amantes iniciar una nueva vida, juntos, la tragedia entra de nuevo en escena para llevarse a la protagonista, no sin antes permitir que entable matrimonio con su prometido.
Buscando los lugares y paisajes de El señor de Bembibre.
Ya adulto, en un viaje que realicé a la provincia de León, decidí visitar la localidad Bembibre y otros lugares próximos vinculados con la novela histórica. Recuerdo que, en el amanecer de una mañana, llegué temprano a Bembibre. Hacía frío y tuve que esperar a que abriera una cafetería donde poder tomar algo caliente. Tras desayunar, pregunté por qué lugar podía acceder al antiguo castillo, pero me indicaron, no con cierta pena, que de aquella fortaleza no quedaba prácticamente nada. Aún así, subí por una empinada calle, hasta llegar a la cumbre que antaño ocupó la planta del castillo. En su lugar apareció ante mi vista un parque, dedicado a Gil y Carrasco, donde quedaban algunos restos salpicados de las murallas de la otrora fortaleza. Luego cogí el coche y contemplé otros lugares vinculados con la novela. Así, desde la lejanía, contemplé el pico de la Aguiana, una de las alturas mayores del Bierzo, y donde la novela cita que, tras morir Beatriz y abandonar su señorío de Bembibre, don Álvaro moriría como ermitaño, tras una corta estancia en el monasterio de San Pedro de Montes, que visité; al igual que hice en el histórico castillo de los templarios, en Ponferrada. Si uno guarda en su ser algo de romántico y busca los vientos de esa novela plena de sensibilidades, se sentirá obligado a comparecer en estos lugares que cito, incluso otros, pues va en concordancia con la singular incorporación del paisaje que Gil y Carrasco hizo en su obra El señor de Bembibre.
Datos aportados por el historiador Manuel Olano sobre el castillo de Bembibre.
Gracias a las investigaciones del historiador Manuel Olano pude saber, al igual que tantos otros, más sobre la historia del castillo de Bembibre. Entre Olano y el ilustrador Raúl Arévalo supieron visionar cómo fue aquella fortaleza, a mediados ya del siglo XV, cuando su dueño era ya el primer conde de Alba de Aliste. Olano refirió en una entrevista al Diario de León, cuando se cumplían los 214 años de la destrucción de la fortificación a manos de las tropas napoleónicas, que “…, atrincherados tras los muros medievales, un grupo de soldados ingleses, que huía de las tropas de Napoleón a principios de 1809, se preparó para defenderse del avance enemigo, en el castillo de Bembibre. La fortaleza ya había perdido dos de sus cuatro torres antes del año 1700, y no era más que una ruina donde refugiarse cuando aquellos británicos, rezagados del ejército de Sir John Moore que combatía junto a los españoles en la Guerra de la Independencia, se parapetaron allí a la desesperada. Pero su intento de resistir en el castillo aquel 2 de enero, mientras sus compatriotas se replegaban hacia Cacabelos, donde tendría lugar la famosa batalla del puente del río Cúa, estaría condenado a fracasar ante el empuje de los franceses. Tras sufrir importantes bajas, las tropas del emperador decidieron rendir el recinto amurallado de Bembibre, a las bravas, haciéndolo explosionar junto con los defensores ingleses que allí se atrincheraban, saltando literalmente por los aires”. Olano añadió que, esto junto al abandono, y un desafortunado accidente de un niño en 1865, terminaron con los restos de la fortaleza. Una piedra desprendida de los restos de la Torre del Homenaje le costó la vida a uno de los niños que solían jugar en las ruinas del castillo. El Ayuntamiento de Bembibre conminó al entonces propietario del solar y de los restos medievales, el Duque de Trías, a rehabilitar la torre o demolerla para que dejara de ser un peligro. Y el duque no se complicó la vida, decidiendo echar abajo la última estructura visible de la antigua fortaleza de los Alba y Liste. Existe constancia de que en 1874 se vendían piedras de cantería del castillo. Hoy, de la Torre del Homenaje sólo queda un muro con una equis grabada, un numeral romano aprovechado de una edificación antigua. Todo el antiguo recinto fue reformado en 1990 para acondicionar la plaza del Palacio, con escalinatas y una gran fuente, parterres enmarcados por las ruinas de la cimentación del castillo y una serie de esculturas que recuerdan a los amantes de la novela de Gil y Carrasco, el escudo de armas de los Alba de Liste y una de las cuatro torres del Castillo.
Una escultura a los amantes Álvaro y Beatriz, recupera en Bembibre la memoria literaria.
Hoy, el visitante puede tener la satisfacción de poder contemplar en Bembibre, un bello y acertado conjunto escultórico de bronce que recoge una de las escenas de la novela, en la que aparece don Álvaro, a caballo, junto a doña Beatriz, antes de partir para la guerra. En la base se recoge un hermoso diálogo entre los dos amantes: “Doña Beatriz, queréis confiaros a mí… Oídme don Álvaro, os amo más que a mi alma”. La escultura, levantada en 2014, es un homenaje a Enrique Gil y Carrasco (por el bicentenario de su nacimiento), a su novela y al propio pueblo de Bembibre. Mis felicitaciones a los vecinos, intelectuales y autoridades que han sido capaces de verificar este romántico conjunto escultural, tan acertado en su propósito. Un ejemplo para otras muchas leyendas y memorias históricas hispánicas, aún pendientes de cumplimentar.
Del poema de Gil y Carraco A la memoria del general Torrijos.
“…Costas del mar de Málaga encantada,
Si por vosotras algún día errante
Se extendiera mi vista desolada,
Se perdiera mi paso vacilante,
Arrodillado, con los ojos fijos,
Esa tumba sagrada adoraría,
Y la gigante sombra de Torrijos
Entre el sol del ocaso buscaría.
Paz, le dijera, a tu desierta losa;
Yo te cantara, y si laurel tuviera,
Yo dejaría su guirnalda hermosa
En la tranquila paz de esta ribera.
Mas, huésped de la bella Andalucía,
Cisne sin lago, bardo sin historia,
Mi perdido cantar empañaría
el rutilante sol de tu alta gloria”.
Biografía de Enrique Gil y Carrasco.
Nació el 15 de julio de 1815 en Villafranca del Bierzo, provincia de León. Se educó en una familia acomodada, católica y tradicionalista. Su padre, Juan Gil, era oriundo de Soria y administraba las fincas del marqués de Villafranca y de la Colegiata, quedando se instalados en esta localidad. La Desamortización de 1836, supuso la venta de diversos monasterios de la comarca y el pase de grandes propiedades eclesiásticas, y tierras sobre todo, a las manos del marqués de Villafranca. Eso influyó en el interés arqueológico de Enrique. Tras el fallecimiento del marqués el 12 de febrero de 1821, un inspector de Hacienda descubrió una estafa del padre a los marqueses por valor de 20.114 reales, que le supuso la destitución de su cargo y la obligación de devolver el descubierto a la marquesa. La familia se trasladó entonces a Ponferrada, si bien el padre continuó aún trabajando unos meses en Villafranca como administrador del capítulo de la Colegiata y de los bienes de José María Sánchez de Ulloa, heredero del señorío de Arganza. Enrique inició sus estudios en el convento agustino de Villafranca, entre 1823 y 1828; después pasó a la fundación benedictina de Vega de Espinareda para proseguirlos. Más tarde ingresó en el seminario de Astorga, en 1829, abandonándolo para estudiar Leyes en la Universidad de Valladolid. Sin embargo, tuvo que dejar sus estudios, pues Fernando VII ordenó por decreto cerrar las universidades en 1830.
En 1836, el joven Enrique marchó a Madrid para continuar sus estudios de Derecho, carrera que no acabaría hasta 1839. En Madrid conoció durante ese periodo al poeta José de Espronceda, y otros conocidos liberales. Espronceda leyó en el Liceo, el 7 de diciembre de 1837, el poema de Gil, Una gota de rocío; y lo mismo haría con su poema El cisne, en 1838. Gil y Carrasco, estuvo en el entierro de Mariano José de Larra, acto en el que se dio a conocer como poeta su jovencísimo compañero José Zorrilla. En “El Parnasillo”, tertulia que se reunía en el Café del Príncipe, surgió el Ateneo de Madrid, del cual fue un habitual Gil y Carrasco desde su fundación en 1837. Publicó poemas bien en El Español y en No me olvides, y se convirtió en colaborador asiduo en prosa y verso de El Correo Nacional. En 1838 publicó también en El Liceo Artístico y Literario, hasta 1839, y en el Semanario Pintoresco Español, dirigido por Mesonero Romanos, desde 1839. En los últimos meses de 1838 se inició como crítico teatral de El Correo Nacional. En 1838 se leen varios poemas suyos: El cisne, Polonia (una oda patriótica), El Sil, A Blanca y Paz y porvenir (otra oda). En A la memoria del Conde Alange, dedicada a José de Espronceda, y A la memoria del general Torrijos, deja ver sus preocupaciones y convicciones políticas liberales. Como socio del Liceo firmó en el álbum poético regalado a la regente María Cristina en la recepción oficial el 30 de enero de 1838 y asistió a la fiesta con motivo del traslado de la asociación al Palacio de Villahermosa, el 3 de enero de 1839. Después se le agravó una tuberculosis que ya arrastraba de épocas anteriores, regresando a Ponferrada. En ese periodo de forzada postración, y reanimado por los vientos del otoño, empezó a escribir la novela El lago de Carucedo, que envió por correo a Mesonero Romanos en marzo, y en abril de 1840, éste la publicó. En la primavera de 1840 experimentó mejoría, avanzando en su obra literaria medieval, concluyendo tres años más tarde su deseada novela histórica El Señor de Bembibre. En el Semanario Pintoresco Español retomó su actividad como crítico con su artículo sobre las Poesías de Espronceda. El 28 de noviembre de 1840 obtuvo un puesto fijo de ayudante segundo en la Biblioteca Nacional gracias a su fiel amigo Espronceda. Fue en ese privilegiado lugar donde aprovechó para leer la documentación necesaria sobre la Orden del Temple en Castilla, con el fin de elaborar El señor de Membibre. En mayo de 1841, durante la regencia de Espartero, comenzó a colaborar en El Pensamiento, revista fundada por sus amigos Eugenio Moreno, Espronceda, Ros de Olano y Miguel de los Santos Álvarez. Allí trata temas como la filosofía de Juan Luís Vives y la literatura en los Estados Unidos. El 23 de mayo de 1842 murió su amigo y gran protector José Espronceda, al que consagró ese mismo día su poema A Espronceda, muerte a la que siguen las de otros amigos y familiares, deprimiendo al escritor berciano. El poema sobre Espronceda fue publicado en El Corresponsal y El Eco del Comercio. Regresó al Bierzo el verano de 1842 con su salud quebrantada y allí realizó excursiones para documentar su Bosquejo de un viaje a una provincia de interior. En 1843, se edita Los españoles pintados por sí mismos, compendio colectivo de artículos costumbristas donde colabora con tres artículos, y aparecen en El Sol, los escritos que formarán el Bosquejo de un viaje a una provincia de interior. Ofrece al editor Francisco de Paula Mellado su recién acabada novela histórica El señor de Bembibre. Además colabora en El Laberinto, revista fundada por Antonio Flores, desde noviembre de 1843 hasta inicie su viaje a Berlín en abril de 1844. Durante el gobierno de su amigo González Bravo (de noviembre de 1843 a mayo de 1844), se le nombra secretario de la legación en Prusia. A esto se sumó que el presidente del gobierno conservador era cuñado de un amigo de Gil y Carrasco, el actor Julián Romea. En ese cargo debía recorrer todos los länder y realizar diversos informes sobre la industria alemana. Su labor fue fundamentalmente restablecer relaciones diplomáticas con Prusia, rotas desde 1836 y repuestas en 1848, poco tiempo después de el propio Gil muriera. El 20 de mayo embarcó en el buque «El Fenicio» rumbo a Marsella, viajando por Europa durante cuatro meses antes de llegar el 24 de septiembre a Berlín. Pasó por Marsella, Lyon y París (desde el 1 de junio hasta el 9 de agosto), Lille, Bruselas, Gante, Brujas, Ostende, Amberes Rótterdam, La Haya, Ámsterdam, Valle del Rin, Francfort, Hannover, Magdeburgo y Potsdam. Cumplió su objetivo de elaborar un amplio informe sobre la industria alemana. Desde Francia remitió dos artículos a El Laberinto y escribe un Diario, donde revela sus propios sus gustos por varios autores literarios: Fray Luís de León, Bayron, Schiller y Goethe. En Berlín amistad trabó una especial amistad con el gran Alexander von Humboldt. A través de él, accederá al Príncipe Carlos y a su esposa, a los que dará clases de español.
Muerte en Berlín y pérdida de sus apuntes y enseres personales.
En el verano de 1845, Enrique sufrió un agravamiento de su enfermedad, pero prefirió permanecer en Berlín antes que marchar a Niza a recuperarse, quizás para evitar el peligro de un viaje. Regaló unos ejemplares de El señor de Bembibre a Humboldt y al propio rey de Prusia. Humboldt le ofreció en nombre del rey la gran Medalla de Oro de las Artes y las Letras, y en correspondencia, Enrique solicitó para su amigo la Gran Cruz de Carlos III, que se la entregará en su casa a finales de enero de 1846. Pero su salud se deteriora rápidamente y fallece la mañana del 22 de febrero de 1846. Tenía premoniciones de su temprano fin, como se percibe en sus poemas y artículos, y en efecto, murió joven, como fue el destino de varios poetas y escritores románticos. A su muerte dejó a su familia en la pobreza. Fue enterrado en el cementerio católico de Santa Eduvigis, en Berlín. Al sepelio asistieron el barón de Humboldt y su amigo José de Urbistondo (que costeó un sencillo monumento funerario), así como diversos diplomáticos. Sus restos se redujeron cuando caducó la propiedad de la sepultura en 1882. Sus huesos fueron repatriados en 1987 a la iglesia de San Francisco, en Villafranca del Bierzo, gracias a las gestiones realizadas por el profesor Jean-Louis Picoche. Los apuntes y enseres de Gil y Carrasco permanecieron en la embajada de Berlín hasta la Segunda Guerra Mundial, en que desaparecieron. La embajada había sido fuertemente bombardeada por aviones británicos y estadounidenses en 1943, y en los primeros meses de 1945, ya con el ejército ruso muy cerca, había sido abandonada por el embajador Vidal y Saura, así como el personal destinado en la misma, que se trasladaron a Berna. Allí quedaron abandonados los apuntes y enseres de Gil y Carrasco. Entre ellos había notas de viaje y escritos de los que existen referencias gracias a César Morán .
Nota.- Una parte importante de los datos biográficos de Enrique Gil y Carrasco han sido recogidos del artículo escrito sobre él, por Ramón Carnicer, en el nº 38 de la revista Historia y Vida, de 1971, y de Wikipedia.