Asociación Torrijos 1831 08/08/2024
Fue la lucha de unos pocos contra muchos. Un enfrentamiento desigual, entre el poder cerrado de un estado absolutista, frente al grito del exiliado, en un tiempo en el que el pueblo español estaba pagando con sus impuestos la ocupación, de nuestro propio territorio nacional, por parte de 25.000 soldados franceses pertenecientes a “Los cien mil hijos de San Luís”, para sostener al régimen absolutista de Fernando VII. Echamos a los franceses del territorio nacional en 1814 y, desde 1823, manteníamos económicamente a 25.000 de ellos ocupando el territorio español ¡Qué paradoja! Así es, aunque ese episodio es menos conocido para la mayoría de los españoles, más proclives a quedarse con los episodios más llamativos de la Guerra de la Independencia, no siempre bien contados. Pero la Historia no se puede comprender fragmentada, porque pierde la entidad de los hechos al cortar la ligazón con los sucesos anteriores y posteriores. Así que, por lo expuesto, ahí teníamos de nuevo a regimientos franceses que, entre 1808 y 1814, habían cometido todo tipo de atropellos con los habitantes de nuestras poblaciones; pero no solamente eso, incluso había antiguos generales napoleónicos que habíamos hecho retroceder durante la guerra, y que a partir de 1823, vivían cómodamente instalados en nuestro país a “cuerpo de rey”, por orden de su Majestad Católica. Los “Coloraos” de Almería constituyeron un pronunciamiento más, de corte liberal-constitucionalista, que comenzaron con el general Porlier en 1815 y que terminaron con el del general Torrijos, en 1831, situándolos entre el “Sexenio Absolutista” (1814-1820), y la “Década Ominosa” (1823-1833).
El origen de la expedición a Almería.
Gracias a la ayuda del poderoso ejército francés de “Los cien mil hijos de San Luís”, Fernando VII había logrado derrumbar el sistema constitucional español a finales de 1823. A partir de ahí comenzó una feroz represión desatada por el régimen fernandino contra los partidarios de las libertades y derechos emanados de la Constitución gaditana de 1812, traducida en ejecuciones arbitrarias, procesos falseados y sin ningún tipo garantías, encierros de incomunicación en hediondos calabozos, sin plazos de tiempos en las resoluciones, aplicación de la tortura, etc. Los que pudieron escapar, marcharon a un durísimo exilio.
Parte de los emigrados se refugiaron en Gibraltar. Varios de ellos se aglutinaron en torno a la sociedad secreta de la “Santa Hermandad”, de la que fueron fundadores, Pablo Iglesias, Housson de Tour, Carlos María Bustamante Guerra y César Conti. A ellos se sumaron Manuel Beltrán de Lis, Septién y otros exiliados. Para hacerse operativos, nombraron cargos y comisiones: César Conti, junto a Septién, se encargó de recaudar el capital necesario para organizar un pronunciamiento en el litoral de Andalucía. Se necesitaría un transporte, equipamiento, armas y medios para alimentar a los expedicionarios. Pablo Iglesias fue nombrado general en jefe, mientras que a Bustamante se le asignó el cargo de mayor general.
La identidad de Pablo Iglesias.
Nació en Madrid el 8 enero de 1792, en el seno de una familia artesana que fabricaba la reducción del oro a hilo. El joven Pablo aprendió el oficio, gracias a las enseñanzas de su padre. Sin embargo, al estallar la Guerra de la Independencia, con sólo 16 años se sumó a los patriotas, pero al poco tiempo, al quedar viuda su madre y tener que atender a sus hermanos menores, regresó a su casa haciéndose cargo del taller artesanal, al que mejoró en su producción, lo que hizo que él y su familia alcanzaran un nivel económico alto. Liberal convencido, su buena situación económica y la defensa de sus ideales, le llevaron a ser regidor de Madrid. Cuando estalló el complot de la Guardia Real para instaurar el absolutismo en 1822, Pablo Iglesias, como capitán de cazadores de la Milicia Nacional defendió con valor el Ayuntamiento de Madrid, junto con otras unidades mandadas por Evaristo San Miguel, hasta que la Guardia se vio derrotada y obligada a huir en dirección al Palacio Real. Aquel fue el tercer golpe de estado que Fernando VII promovió para asegurar sus derechos absolutistas (no descansaba). Sin embargo, para los amantes del sistema constitucional, aquel 7 de julio sería conmemorado como el de la Libertad y la Democracia. En 1823, ya con el ejército de los “Cien mil hijos de San Luís” operando en España, Iglesias acompañó al gobierno liberal hasta Sevilla y, más tarde, decidió marchar hacia Cartagena para unirse a Torrijos. Al capitular la ciudad, se dirigió a Gibraltar con otros emigrados.
La división de las fuerzas y una traición inesperada, incidirían en los dramáticos resultados de los pronunciamientos de 1824.
El francés Husson de Tour no obtuvo cargo para la expedición que preparaba Iglesias, creándose en él un profundo resentimiento (el resentimiento, hijo de la envidia, es padre de la traición y engendra enemigos eternos), abandonando la Hermandad. Mientras, el coronel Francisco Valdés, que también estaba en Gibraltar, se sumó a la Hermandad, pero al saber que Iglesias había sido nombrado ya general en jefe (lo detestaba desde los tiempos de la defensa de Cartagena, en 1823), prefirió formar expedición aparte. Ambas fracciones liberales en lo único que concluyeron fue que sus grupos de asalto se denominarían “Primer Ejército Libertador” (el de Valdés), y “Segundo Ejército Libertador” (el de Iglesias). En cuanto a Housson de Tour, que tampoco había obtenido un papel relevante en la expedición de Valdés, decidió, en venganza, pasar de Gibraltar a Algeciras, para delatar ante las autoridades absolutistas los planes de Valdés e Iglesias.
La traición de Housson La Tour precipita las salidas de las expediciones.
Con los vientos en contra, la expedición de Valdés tuvo que desistir del deseo de desembarcar en litoral malagueño, para hacerlo, finalmente, en Tarifa (más adelante describiremos los hechos sucedidos en Tarifa y el fin de esta expedición. Ahora, es más conveniente centrarnos en la expedición a Almería).
Al mando del general Pablo Iglesias partió de Gibraltar, al amanecer del 7 de agosto de aquel 1824, el bergantín Federico, que llevaba en su mástil bandera inglesa para despistar a los guardacostas. Le seguía un falucho propiedad del contrabandista Antonio García Martínez, de Cuevas de Almanzora, al que llamaban el Borrasca. El grupo de combate lo formaban cuarenta y siete hombres, que llevaban en baúles y paquetes uniformes británicos (incluidas las casacas rojas, de ahí lo de “los coloraos”), comprados el los almacenes de intendencia de la Roca. Iglesias se esforzó al máximo porque el aspecto físico de su grupo tuviera carácter castrense, llevando el suficiente dinero encima para sobrevivir sobre el terreno sin necesidad de hacer extorsión a ningún español. Aunque todos ellos iban insuflados por los deseos de la libertad para su país, por la traición de Housson La Tour el tan necesario factor sorpresa ya lo habían perdido los liberales que tenían como objetivo la toma de Almería.
La acción de las autoridades absolutistas de Almería para privar de colaboradores a los expedicionarios de Gibraltar.
En alerta ya, las autoridades civiles y militares almerienses comenzaron a llevar a cabo arrestos contra todo aquel del que supieran sus ideas constitucionalistas, incluyendo numerosos registros en sus domicilios, buscando a hombres escondidos y armas. Además, pidieron refuerzos al capitán general para resistir el inminente ataque liberal, por lo que les fueron enviados cien hombres. El alcalde mayor organizó patrullas diurnas y nocturnas con los alcaldes de los barrios, formadas por vecinos afines. El gobernador militar multiplicó la vigilancia con los Voluntarios Realistas, entre los que insertó en su mando, a los oficiales de Estado Mayor y sus ayudantes. También contó con los integrantes del Cuerpo de Inválidos y los mozos del Resguardo, que se habían destacado en los últimos días por la detención de una numerosa partida de contrabandistas. Además, el gobernador editó un bando para que todos aquellos militares que no se encontraran agregados al Estado Mayor de la plaza, ni ocupados en servicios, tenían veinticuatro horas para salir del recinto amurallado (se sospechaba de algunos de ellos), y si no lo verificaban se practicarían detenciones contra los mismos. Esta medida también la dirigió a los vecinos que no llevaran tres años viviendo en Almería. Se fortalecieron las murallas y reductos, colocándose cañones en la Puerta de Purchena y otros bastiones. Almería quedaba así, cerrada, armada y prevenida, para cualquier ataque exterior, no pudiendo obtener ayuda alguna los que vinieran a tomarla, que procediera del interior de las murallas.
En un siguiente capítulo se narrará el ataque a Almería por parte de los “Coloraos”.