1820.- El 1 de enero se llevó a cabo el pronunciamiento de Rafael del Riego en Las Cabezas de San Juan.
Cuando este parecía estar condenado al fracaso, el coronel Espinosa se levantó en la Coruña, y tras esta ciudad, siguieron las de Oviedo, Cartagena, Zaragoza, Barcelona y Cádiz. Aquel levantamiento contra el absolutismo de Fernando VII, liberó a Torrijos y sus compañeros, lo cuales lograron que el 29 de febrero el movimiento constitucional se implantara en Murcia.
El 10 de marzo, Fernando VII publicó su cínico y célebre manifiesto: “He jurado esa Constitución por la que suspiráis y seré siempre su más firme apoyo”, a lo que continuó con el ladino “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”.
Ante aquellos hechos históricos, Torrijos se constituyó en uno de esos jóvenes militares que formaba parte, políticamente, de la generación de Riego y del ejército de la Isla de León.
Por su fama militar y como hombre conciliador, de porte aristocrático y juicio ponderado, se le ofreció en el mes de marzo, el mando del Regimiento Fernando VII, en Madrid, aceptando el cargo.
Como ciudadano tuvo una gran actividad en el establecimiento de las libertades, a través de las sociedades patrióticas. Formó parte de la Fontana de Oro y de los Amantes del Orden Constitucional.
1821.- Debido al movimiento de pactos nacido en la Masonería, Torrijos y muchos de sus compañeros fundaron en enero de 1821, la sociedad de la Comunería, que escindida a su vez, hizo que Torrijos tomara partido por la más moderada: Comuneros constitucionales.
Mientras, los brotes insurgentes comenzaron a extenderse por el territorio nacional, apareciendo centenares de partidas realistas que actuaban con apoyo del clero y un no despreciable respaldo popular.
Las partidas más tenaces y peligrosas nacieron al norte de Cataluña.
El 11 de diciembre, al regresar de una comida campestre con su mujer y algunos amigos, Torrijos es objeto de un atentado, en el que el proyectil roza su semblante. Asesinar a Torrijos fue uno de los objetivos a finales de 1831.
1822.- En la primavera, Torrijos parte para Cataluña ostentado el cargo de brigadier de los ejércitos nacionales.
Tras dominar las guerrillas facciosas que cercaban Calatayud, Torrijos se dirigió a Lérida, donde llegó el 16 de mayo. Reforzó la ciudad que estaba indefensa ante el enemigo y tomó el cargo de comandante general de la provincia leridana.
El día 17 derrotó a la partida del terrible Trapense en la localidad de Tárraga y, el 18, tras un duro combate se apoderó de Cervera, población tomada tres veces durante el conflicto, por lo que quedó reducida a ruinas.
Días después las tropas liberales dirigidas por Torrijos recuperaron Solsona, y el 6 de junio marchó otra vez hacia Cervera (de nuevo en peligro), batiendo a los facciosos en Tora.
Moviéndose por un terreno montañoso y rodeado de guerrillas enemigas que ocupaban posiciones muy ventajosas, Torrijos se batió con inteligencia y arrojo pese a disponer de muy pocos medios para sostener la misión que se le había encomendado. Su tropa la formaban de 400 a 500 hombres (la vez que pudo disponer de más, fue de 800), incluyendo la caballería, una compañía de 50 migueletes bajo el mando del capitán Carlos Vicent de Agramunt, y una pieza de montaña del calibre del cuatro. Torrijos gracia a sus dotes para la estrategia y la táctica, y batiéndose prácticamente a diario, mantuvo un total de treinta y nueve acciones contra el enemigo, en el área de Solsona, Berga, Cardona, Cervera y Agramunt, saliendo victorioso en cada una de ellas.
El 7 de julio, sobrevino en Madrid el pronunciamiento de la Guardia Real, levantamiento que fue sofocado por los liberales.
Una vez que recuperado el control, el gobierno de Evaristo San Miguel nombró mariscal de campo a Torrijos, el 20 de agosto, por sus destacados servicios en Cataluña, dándole el mando del 5º distrito.
El 5º distrito era uno de los más difíciles de defender para la causa constitucional. Abarcaba Navarra, las tres provincias del País Vasco, la Rioja y parte de Castilla la Vieja. Este amplio territorio ya ardía en plena rebeldía, habiendo declarado la Cortes el estado de guerra en el mismo, antes de que llegara Torrijos.
El general liberal llegó a Vitoria, cabecera del distrito, estableciendo la defensa del territorio y las poblaciones bajo su mando. Suministró hombres, munición y provisiones a plazas fuertes como Pamplona, San Sebastián o Santoña.
A pesar de sólo contar con un total de 2.500 hombres como fuerza de maniobra, Torrijos operó muy acertadamente en campo abierto.
Las partidas realistas buscaron refugio en la casa-fuerte de Iratí, en lo alto de un monte inaccesible para aproximar hasta allí a la artillería. Pero Torrijos y sus unidades, contando con voluntarios de la zona talaron grandes árboles, lo que permitió poner a tiro de tres cañones el bastión de Irati.
Esto provocó la huida de los insurgentes, apoderándose las tropas gubernamentales de un amplio arsenal antes de volar definitivamente el fuerte.
Ante la amenaza de invasión del ejército francés que iba a cumplimentar el mandato de la Santa Alianza, para derrocar al régimen constitucional español; el gobierno de la nación estableció como estrategia, retirar a las unidades encuadradas en las columnas móviles, sin presentar batalla, dejando sólo las guarniciones que defendían las plazas fuertes, por lo cual se las abandonaba a su suerte.
Con aquella orden, Torrijos comprendió rápidamente que el país se iba a abandonar al enemigo. Una gran humillación a la que había que sumar el exterminio de los patriotas comprometidos que quedaban atrás en las diferentes poblaciones, pues los días de venganza estaban por llegar.
Torrijos propuso por escrito un plan al gobierno para defender la invasión en los desfiladeros de Arlabán y Pancorbo, pero no se le respondió. Al contrario, mandaron al capitán general Ballesteros para cumplimentar la evacuación, refundiendo los ejércitos del 5º y 6º distritos militares, en el segundo de operaciones. Torrijos pidió la dimisión de su cargo.
1823.- Así estaban las cosas cuando, el 28 de febrero, Torrijos fue nombrado ministro de la Guerra a los 32 años. Por carta solicitó que no se le confiriera ese cargo, aludiendo que no era la persona idónea para el mismo y que necesitaba ejercer su carrera de las armas en los campos de batalla. Pero una vez más el gobierno no le oyó.
El 7 de abril entró por Irún el ejército francés mandado por el duque de Angulema. Lo componían 110.500 soldados de Infantería, 22.000 de Caballería y 108 piezas de Artillería. A ello había que añadir las partidas realistas que se iban sumando como fuerzas de flaqueo y vanguardia, y aquellas otras que actuaban como quinta columna detrás las líneas de los constitucionalistas.
Frente a aquel poderoso enemigo, los liberales opusieron cuatro cuerpos de ejércitos, cada uno de ellos formados por unos 18.000 hombres: el llamado ejército de operaciones del general Ballesteros, el ejército de Cataluña mandado por el general Espoz y Mina, el ejército de Castilla y Asturias a las órdenes del general Morillo y el del centro dirigido por el duque de La Bisbal.
Estas fuerzas, junto con la Milicia Nacional y las que componían la guarnición de diversas ciudades, ascendían a algo más de 100.000 hombres.
Pero los franceses se propusieron no cometer los grandes errores de 1808, con requisas, devastaciones y saqueos en las ciudades y en las zonas rurales. Esta vez, su logística fue preparada minuciosamente, pagando al contado a los proveedores españoles que lo abastecían.
No buscaban el aniquilamiento de las unidades liberales, sino dejarlas sin operatividad y propiciar la defección de sus mandos, estableciendo como estrategia principal una rápida marcha hacia el sur para liberar a Fernando VII.
En vano intentaron los liberales el levantamiento del mundo rural como en la Guerra de la Independencia. Además, esta vez tenían al clero en contra.
Serían las ciudades del litoral, con una burguesía liberal progresista, las que mostrarían su mayor resistencia a los franceses, los cuales habían visto ya el terreno despejado con la rápida capitulación de La Bisbal, el abandono de Morillo, retirándose hacia el oeste sin combatir y ofreciendo, posteriormente, sus servicios al dique de Angulema, y la vergonzosa retirada de Ballesteros por el Levante español y Andalucía oriental.
Fue la traición de estos tres generales lo que derrumbó la defensa militar de aquella España liberal.
Solamente Mina presentó una seria resistencia en Cataluña (en el combate de Llers del 15 de septiembre, pereció la flor y nata de los provinciales del principado, así como la legión liberal extranjera integrada mayoritariamente por liberales italianos), pero atacado por fuertes contingentes franceses y numerosas partidas realistas, se vio obligado a encerrarse en Barcelona.
Torrijos se presentó el 20 de abril en Sevilla para realizar la toma del cargo de ministro de la Guerra, pero debido a la tensa situación que ya se vivía en la capital hispalense, nadie le atendió. Al día siguiente, el rey dejó sin efecto el nombramiento de Torrijos, respondiéndole el joven mariscal de campo al monarca con una carta, en la que reflejó todo su carácter y dignidad.
El gobierno destinó a Torrijos ha hacerse cargo del 6º distrito (Aragón), saliendo el joven mariscal en compañía de su esposa camino de Écija. Allí se enteraron por gente procedente de Granada, que el enemigo había sobrepasado el desfiladero de Despeñaperros y que Aragón ya había caído en manos de los franceses.
Torrijos decidió entonces dirigirse a Málaga donde habían surgido brotes de rebelión contra el régimen constitucional. Llegó a la capital, reforzó la autoridad del gobernador, encerró a los alborotadores y restauró el orden en la ciudad. Después, en un vapor de cabotaje se trasladó a Alicante con su mujer, donde desembarcó.
A finales de junio, Torrijos se dirigió a Baza. Allí le recibió su superior el general Rafael Ballesteros, que hacía semanas que se replegaba hacia el sur.
Torrijos le manifestó que le sorprendía su inesperada retirada, dejando en retaguardia tantas plazas liberales a su suerte, desde las que se podría haber hecho gran quebranto al enemigo.
Al no poderle rebatir militarmente lo que le decía, Ballesteros le explicó su malestar con los políticos de Sevilla y su actitud contraria al gobierno. Torrijos le manifestó su decepción por lo que oía, pues siempre le había creído el más fiel defensor de la causa de la libertad, y en el que tantas esperanzas habían cifrado. Como Ballesteros volvió al mismo argumento de no querer ser “juguete” de un partido, Torrijos le afeó su conducta, diciéndole que lo que estaba en juego era el propio porvenir del país, que reconsiderara su postura y fuese el Ballesteros de la Guerra de la Independencia. La conversación se encrespó de tal manera, que los ayudantes de ambos generales creyeron, por un momento, que sacarían sus espadas.
Finalmente, dado que el 6º distrito ya no existía, Ballesteros le dijo a Torrijos que, puesto que era su subordinado, se dirigiera al 8º distrito (Valencia), y se hiciera cargo de la plaza en poder de los constitucionalistas que estuviera más próxima a ser atacada por el enemigo (las únicas que quedaban en esa situación eran Alicante, Cartagena, Peñíscola y Peñas de San Pedro.
Aquello no intimidó a Torrijos, que viendo clara la traición de Ballesteros y su deseo de quitárselo del medio, se cuadró y se despidió de él, marchando hacia Cartagena, ciudad a la que llegó el 24 de julio.
Con escasos medios, pero con el apoyo de jefes militares decididos como el coronel Francisco Valdés o el teniente coronel de Artillería, Juan López Pinto, así como el incondicional de la población de Cartagena; Torrijos preparó una defensa prácticamente imposible.
Con los restos de las unidades de infantería creó el batallón Patria. Organizó un escuadrón ligero de Caballería y otro de lanceros, y con los presidiarios no envueltos en delitos de sangre formó una brigada; acuñó moneda con la plata de las iglesias y fortificó los puntos más débiles del perímetro defensivo, colocando su puesto de mando en el cuartel de Artillería.
Su viuda escribió: “Así, Torrijos, luchando contra obstáculos y venciendo imposibles, logró, en medio de la misma estrechez de su situación, abrirse un vasto camino en donde desplegar la energía de su genio militar”.
El 4 de agosto, Ballesteros capituló en Campillo de Arenas ante el general francés Monitor. Los liberales perdían así su único ejército de maniobra, quedando reducidos a las defensas de las plazas fuertes marítimas.
Apenas había recibido Torrijos aquella fatal noticia, cuando el 7 de agosto se presentaron los franceses frente a Cartagena, con grandes contingentes de tropas y medios.
Pese a todo, los defensores no se amilanaron plantando cara al enemigo, habiendo diferentes acciones entre las infanterías y caballerías rivales ante la vista de las murallas de la ciudad.
En Cartagena ardía el espíritu de resistencia frente a la agresión de las tropas francesas, así como un gran repudio por aquellos generales españoles que con sus capitulaciones habían hundido el sistema constitucional.
El traidor Regato intentó convencer en varias ocasiones a Torrijos para que, con prebendas, rindiera las plazas de Cartagena y Alicante, pero el general liberal fue implacable en su respuesta.
“Esté usted seguro, y dígalo a cuantos guste, que soy español y honrado,
y que amante de mi patria como el primero, no admitiré transacción ni contrato alguno, mientras el honor de la Nación quede con el esplendor debido, y esto no puede verificarse mientras ocupen tropas francesas el territorio español”
En el Cádiz sitiado, con las Cortes en su interior y el rey prisionero, las cosas iban de mal en peor.
El 20 de septiembre, bombardeado por los franceses por tierra y mar, se rindió el castillo de Sancti Petri, posición fundamental para la defensa de Cádiz ya que por allí entraban los víveres a los sitiados.
El día 27 de septiembre, las Cortes decidieron su propia disolución.
En la noche del 30 al 31 de septiembre, las fuerzas de Angulema tomaron la posición del Trocadero, lo cual posibilitaba un desembarco en el istmo, cortando la comunicación de Cádiz con la Isla de León. Con aquello, la suerte de la ciudad quedó decidida.
El 1 de octubre, los liberales entregaron a su gran rehén, el rey, no sin antes haber dado éste, falsamente como siempre, perdón y olvido.
Mientras tanto la situación se hizo imposible en Cartagena, con más de un tercio de su guarnición en los hospitales y sin poder contar con víveres ni munición.
La moral era ya muy escasa, pues se sabía que ya nadie vendría a socorrer la sitiada plaza.
Esta situación, y el hecho de que España ya hubiera retornado al sistema absolutista, llevó a Torrijos y a los demás jefes liberales de Cartagena, a la desagradable conclusión de que, prolongar la defensa de la ciudad en aquella extrema circunstancia la llevaría a su sacrificio más absoluto.
El 3 de noviembre, tras cerciorarse de que todo el país ya había caído en manos del absolutismo (Espoz y Mina había capitulado un día antes en Barcelona); Torrijos firmó con los franceses el convenio de capitulación de Cartagena y Alicante, siendo, de esta manera, el último general que sostuvo en 1823 el sistema constitucional en España.
El 7 del mismo mes, fue ejecutado Rafael del Riego en la plaza de la Cebada, en Madrid.
El día 18, Torrijos embarcó en Cartagena con su esposa y un buen número de compañeros, partiendo para el exilio a Francia, nación que se había comprometido a pagarle a él y a sus subordinados, un subsidio estipulado en la capitulación.